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viernes, 4 de abril de 2008

EL SUEÑO DE PEMEX

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Pemex: El Dorado


Por Erwin Macario
El Dorado fue el sueño de los conquistadores españoles que buscaron en América las grandes reservas de oro, ciudades construidas en el metal aurífero.
Otro mito creó las siete ciudades de oro de Cíbola, que habrían fundado los siete obispos que alrededor del año 1150 huyeron de la ciudad de Mérida, España, cuando los moros la atacaron y conquistaron. Llevaban reliquias e inmensos tesoros que escondieron más allá del mundo conocido entonces.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca revivió, en su libro “Naufragios” la leyenda áurea al describir ciudades de oro y riquezas sin límites que había encontrado al sobrevivir, con otros tres compañeros, a la expedición de Pánfilo Narváez, que en 1528 tocó costas americanas en lo que hoy es Florida, Estados Unidos.
Los cuatro expedicionarios (Cabeza de Vaca, un esclavo bereber llamado Estebanico, Alonso del Castillo Maldonado y Andrés Dorantes de Carranza) atravesaron, huyendo de los nativos, los actuales estados de Alabama, Louisiana y Texas, para llegar, ocho años después, a Culiacán, Sinaloa, donde contó haber visto enorme riquezas.
Se pensó que el territorio recorrido era el reino de las siete ciudades de oro, lo que desató la ambición del virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, quien organizó una primera expedición que guió Estebanico y encabezó el fraile franciscano Marcos de Niza.
El 22 de abril de 1540 partió una segunda expedición guiada por Francisco Vázquez de Coronado, ante el fracaso de Marcos de Niza que, al ser asesinado Estebanico, renunció a la búsqueda; aunque dijo haber visto de lejos las siete ciudades, a las que no se acercó por temor a ser muerto. En la capital de la Nueva España, el religioso dijo que había avistado a lo lejos una ciudad más grande que la gran Tenochtitlan; que los nativos usaban vajillas de plata y oro, decoraban sus casas con turquesas y usaban perlas gigantescas, esmeraldas y otras joyas más.
Vázquez de Coronado, quien llevaba como guía al fraile Marcos de Niza, creyó haber encontrado la ciudad de Quivira, que se llamaba Wichita. No halló las riquezas que el mito había creado. Un subalterno, Tristán de Luna y Arellano, se apoderó de aldeas en el actual Nuevo México y se les reconoció como las siete ciudades de Cíbola, empero no hubo en ellas las montañas de oro deseadas. Comprobó Vázquez de Coronado que las historias de Marcos de Niza eran falsas como mentira la aseveración del fraile que desde aquellas tierras se podía ver el mar, ya que, como le dijeron los nativos a
Coronado y lo comprobó él mismo, el mar se encontraba a muchos días de camino.
Hasta ahí el primer mito.
El mito de El Dorado nació en 1530. La leyenda hablaba de una ciudad con grandes reservas de oro, calles pavimentadas con ese metal, tan común para ese pueblo indígena que lo tenía a menos. El conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, en los Andes, territorio que hoy es Colombia, encontró a los muiscas, pueblo que celebraba en sus lagunas una ceremonia a la que se ha dado el nombre de El Dorado. En ella el heredero del cacicazgo, cubierto de oro en polvo, tomaba posesión de su mandato con una gran ofrenda a los dioses.
De esa ceremonia existe una representación en el Museo del Oro de Bogotá: la balsa muisca de Pasca, una hermosa figurilla de oro encontrada en la campiña cercana al pueblo de Pasca, Cundinamarca.
En la balsa aparece el nuevo rey rodeado por los caciques principales y su séquito, todos adornados de oro y plumería.
La historia de los rituales Muiscas fue llevada a Quito por los hombres de Sebastián de Belalcázar; mezclada con otros rumores, se formó allí la leyenda de El Dorado, el hombre dorado, el indio dorado, el rey dorado. Imaginado como un lugar, El Dorado llegó a ser un reino, un imperio, la ciudad de este rey legendario.
En busca de este reino legendario, Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro partieron de Quito en 1541 hacia el Amazonas en una de las más fatídicas y famosas expediciones para encontrar el mítico sitio.
Hay otra leyenda acerca del dorado que cuenta que en las epocas de Tahuantinsuyo, cuando los incas se enteraron que Atahualpa había muerto, decidieron esconder todo el oro de la ciudad. La leyenda no dice exactamente dónde se escondió el oro, pero muchas personas piensan que el oro se escondió en el fondo del lago Titicaca, del cual nunca se podrá sacar.
La narración original se encuentra en la crónica, El Carnero, de Juan Rodríguez Freyle. Según Freyle, el cacique sacerdote de los muiscas era ritualmente cubierto en polvo de oro en el festival religioso de Guatavita, cerca del sitio donde hoy está Bogotá.
En 1636 escribió: En aquella laguna de Guatavita se hacía una gran balsa de juncos, y aderezábanla lo más vistoso que podían… A este tiempo estaba toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudaban al heredero (...) y lo untaban con una liga pegajosa, y rociaban todo con oro en polvo, de manera que iba todo cubierto de ese metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba a los pies en medio de la laguna, seguíanse luego los demás caciques que le acompañaban. Concluida la ceremonia batían las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comenzaban la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia quedaba reconocido el nuevo electo por señor y príncipe."
Hasta aquí el segundo mito.
Felipe Calderón y Jesús Reyes Heroles, repiten la historia del virrey Don Antonio de Mendoza, aunque con más suerte, pues el oro negro sí existe, no como las siete ciudades de oro que ilusionaron al representante de la corona española en 1540, o la frustrada búsqueda de El Dorado.
Para el gobierno mexicano El Dorado no es un mito. Se encuentra a unos dos mil metros de profundidad en el Golfo de México y representa un valor bruto probable, a 30 años, de entre 850 mil millones de dólares y un billón 500 mil millones de dólares, de acuerdo con cálculos del gobierno federal, según nota del colega Noé Cruz, en El Universal.
Otra diferencia entre la ambición del virrey Mendoza y Felipe Calderón es que en la expediciones de las siete ciudades de Cíbola, el fraile Marcos de Niza y su guìa Estebanico –uno de los cuatro sobrevivientes del naufragio que contado por Nùñez de Vaca, desató la ambición oficial por las riquezas que describiò– el costo era mínimo en tanto ahora la Secretaría de Energía y la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex) prevén que el monto de los jugosos contratos que podrían entregar a empresas privadas, nacionales o extranjeras, para la extracción de la riqueza del mar irá de los 232 mil millones de dólares a los 409 mil millones de dólares, en los 30 años que se explotarían esos mantos, según la información consultada.
México tendría, una vez descontados los costos totales de descubrimiento y desarrollo, entre 618 mil millones de dólares y un billón 91 mil millones de dólares en beneficios.
Nada más que el pecio a pagar por recuperar ese oro se calcula excesivo y motiva las sospechas y protestas del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que argumenta que entregar la exploración y explotación a compañías extranjeras es una forma disfrazada de entregar las riquezas de México, si bien el propio presidente de la República ha insistido en todos los tonos, y en todos los foros, que Petróleos Mexicanos no se privatiza.
Unas veinte compañías petroleras se preparan al jugoso negocio de transferencia que el gobierno hará, con lo que los mexicanos irán acostumbrándose a que este recurso estratégico esté en manos de extranjeros. Entre estas se encuentra la Schulemberger, una de las más beneficiadas por el contratismo petrolero mexicano aunque también se menciona a Petrobras, similar brasileña de Pemex, pero Brasil sí cuenta con la tecnología para aprovechar su riqueza petrolera, lo que no sucedió en México donde la inversión en la industria ha sino mínima, como demuestra la falta de equipos y gente capacitada para la explotación en aguas profundas.
Aguas profundas, corrupción a fondo.
Y es que Pemex está en un dilema. O le entra al mar o tendrá que reutilizar pozos petroleros que fueron los que dieron la riqueza energética antes de la propia expropiación cardenista de 1938.
En esta reactivación de petróleo y gas, veremos en Tabasco funcionar campos abandonados donde estuvieron las empresas extranjeras Mexican Petroleum Company o El Águila, cuyas mojoneras pueden encontrarse todavía en municipios como Huimanguillo.
O se bajan al fondo marino o Pemex tendrá que aumentar la presión de esos pozos usando la inyección de bióxido de carbono, principalmente en los ricos yacimientos que empezaron a explotarse en la región del Ébano o en Tamaulipas.
Dice Noé Cruz: Los cálculos federales difundidos entre inversionistas (con la leyenda Sener: prohibida su reproducción) —a los que tuvo acceso El Universal— resultan conservadores, pues tomaron en cuenta un precio de referencia de la mezcla mexicana de 50 dólares por barril, valor por debajo de los actuales niveles que alcanzan el umbral de los 90 dólares.
El nuevo mito de El Dorado:
Reuter acaba de informar: El partido del presidente Felipe Calderón, el conservador Partido Acción Nacional (PAN), que no tiene mayoría en el Congreso, está tratando de convencer a la oposición para alcanzar un acuerdo que pudiera llevar a elevar la inversión privada en el sector.
Pemex agregó que tiene reservas probadas de gas y crudo para 9.2 años y que podría tener 53,800 millones de barriles de recursos prospectivos de petróleo y gas, incluyendo depósitos en aguas profundas.
Los depósitos no confirmados incluyen yacimientos potencialmente masivos de crudo en aguas profundas del Golfo de México.
Pemex dice que le gustaría establecer alianzas con empresas privadas experimentadas para llegar con mayor rapidez a depósitos en aguas profundas, pero la Constitución prohíbe la inversión privada directa en la exploración y producción.
Va una propuesta a Pemex para nombrar los pozos en aguas profundas: Cíbola, Quivira o el de las siete ciudades de oro: Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con.

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