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lunes, 5 de marzo de 2018

Transparencia 

Política

Vandalismo y corrupción
Siendo en todos tiempos, y más 
en la presente época, la opinión 
en el que manda la principal fuerza
y resorte para hacerse obedecer y
respetar, no se perdonará por parte 
de V.E. medio alguno para adquirirla 
y sentarla desde el principio. Archivo 
General de las Indias
/ México, 1676, doc. Núm. 7.
Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Mucho vandalismo ha ocurrido en nuestro país a causa de la corrupción desde los tiempos de la Conquista, los inicios de nuestra Independencia, durante ésta, en nuestra Revolución y el neoliberalismo. Ninguna instrucción, ni la que contiene nuestra Carta Magna, ha podido frenar los latrocinios dentro y fuera de los gobiernos.
Mucho de cierto hay en las instrucciones que hace 197 años, el 2 de marzo de 1821, recibiera el jefe político superior y capitán general de la Nueva España, y no último virrey como mal se le menciona por algunos historiadores, don Juan O’Donojú, que fue uno de los que firmaron los Tratados de Córdoba y con Agustín de Iturbide el Acta de Independencia del Imperio Mexicano aunque España le negó toda potestad para reconocer tal acto independentista del antiguo virreinato: desde un principio debe quedar sentada la autoridad de quien gobierna.
Pero no es tal autoridad ni su historia, el tema principal de nuestra entrega de hoy lunes al diario Rumbo Nuevo, sino el destacar que la causa de mucho de los males que aquejan a la ciudadanía está en el mal ejemplo de las autoridades, la corrupción y la complicidad en los latrocinios urbanos, los robos de bienes al servicio de la comunidad. Ya cables de energía eléctrica, ya instalaciones y cableado de los semáforos, ya parte de los monumentos, parques y fuentes públicos, placas conmemorativas y hasta las tapas de los drenajes, por citar algo del saqueo urbano.
Nada lastima más al ciudadano que estos actos de pillaje en nuestras ciudades, pues se atenta contra los servicios públicos y contra la propiedad de sus usuarios, como es el caso de los vehículos dañados en las alcantarillas sin tapas —amén de los cráteres en las calles por la indolencia de la autoridad en turno—, lo que llega al grado de burla de la delincuencia común en contra del propio gobierno.
Suerte que en nuestras ciudades de Tabasco, hasta ayer domingo 4 de marzo, no haya ocurrido una desgracia como sí ha sucedido en otras urbes del país y el mundo donde se han perdido vidas a causa de socavones o caídas en los drenajes abiertos, sin tapas. Suerte nada más.
Para la delincuencia no es cuestión de suerte nada más, sino de corrupción. Las propias autoridades se han convertido en cómplices del pillaje urbano al no actuar conforme a las leyes en contra de los autores materiales de esos delitos contra nuestras ciudades; sin actuar contra quienes, en realidad, son autores intelectuales al beneficiarse de estos latrocinios.
Claro que, en la mayoría de los casos, hay complicidades, corrupción a flor de calle, del drenaje destapado, una cuestión más apestosa que esas corrientes, esos desechos debajo de nuestras calles, pues cada vez hiede más la corrupción.
Para el pueblo, los robos y saqueos al erario, el pillaje cometido contra inmuebles y muebles urbanos, como ha pasado hasta con kioscos y sillas de los parques —remodelados casi por todo nuevo gobierno— pasan casi inadvertidos porque no hay conciencia de la gravedad de tales actos de parte de muchos de los que han sido. No se tiene conciencia de que el erario es del pueblo y no de los gobiernos que lo administran en bienestar colectivo.
Pero un robo de tapa de drenaje, de un cableado en la energía eléctrica o en los semáforos, sí afecta directamente al ciudadano, a las familias. Y se agudiza el descontento, la desconfianza, el odio soterrado a toda autoridad.
No es para menos. Nadie ignora que si desaparece una de las estatuas de la Fuente de los Niños Traviesos es porque hay un comerciante inescrupuloso, al margen de la ley, que la compra, muchas veces para convertirla en chatarra. Lo mismo sucede con otros bienes propiedad del pueblo y que deben ser custodiados por la autoridad al grado de no perdonarse medio alguno legal para garantizar no sólo que no sea arrebatados de nuestras calles sino para perseguir y castigar tanto a los que los roban como a los que se benefician con su comercio.
Así como el gobierno federal conoce, a través de sus autoridades, dónde se fabrican y en qué lugares se expenden artículos patitos como discos, videos, películas, etcétera, así las autoridades penales federales y estatales saben quienes compran la chatarra y los objetos robados al pueblos en sus calles, fuentes, parques y monumentos.
Y los diputados han sido cómplices al no legislar para que se castigue con rigor estos actos, estos latrocinios.
Ojalá y esta entrega de hoy no tenga que repetirse. Anteayer sábado, la calle principal de la colonia Espejo II, donde ya una vez escribí, cuando una inundación, Mi vida en el Espejo, amaneció sin tapas de los drenajes pluvial y sanitario. Y eso sí duele, porque nos afecta directamente, no tanto como los actos de los ladrones de cuello blanco.

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