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domingo, 27 de septiembre de 2020

 LAMPAREAR EN INTERNET

Tp270820 Cultura RUMBO NUEVO


TRANSPARENCIA

POLÍTICA

Erwin Macario

 

Tabasqueñismos (1)

 

corrupción de nuestra pobre

lengua, de la cual cada hijo de

buen vecino se considera facultado

para hacer mangas y capirotes.

Francisco J. Santamaría/ Ensayos

críticos del lenguaje (1940)

 

En esta andanza del Covid-19 —“andancia”, escuché de niño—, sobra tiempo para bogar por internet, aprender, desaprender y sorprenderse de la basura que se exhibe —no se esconde debajo— en la llamada alfombra mágica, donde cualquiera sube lo que su buen caletre le dicta.

Con toda intención uso el verbo bogar, y no navegar, para arrancar este texto, porque nada, en mi caso, ilustra mejor que eso de ser boga: en un cayuco grande, algunas noches con uno de mis tíos y otros pescadores salíamos a lamparear,  linternear en el río de San Pedro; y ser boga, supe desde entonces, es mover los remos en el agua para hacer avanzar o detener una embarcación.

No sólo usé el canalete sino, con la más grande emoción, la fisga con la que uno que otro pez era ensartado en su escondrijo, en las entonces aguas cristalinas, de un arroyo que se formaba desde el boquete que entonces amainaba la corriente fluvial, y pasaba por la orilla del pueblo hasta unirse nuevamente con el río que en ese sitio era como una gran laguna.

Esta forma de pescar en la oscuridad se me ocurre como la de navegar en algunos sitios negros del ciber, donde el cacumen, la mollera —el caletre ya dije— de algunos (y algunas, Fox dixit) han ensartado sus mengambreas, según linternearé en este espacio periodístico de Rumbo Nuevo.

Además, porque una segunda acepción de bogar es, en Chile, “quitar la escoria a los metales en el momento de la fundición”. Ojalá y en algo se pudiera escombrar un poco tanta basura en las benditas redes.

Bogar, pues, en mi niñez. Con el canalete, en un cayucón o canoa, y no en un “cayucao”, como llaman a esta embarcación grande en el sitio cibernético DeTabascoSoy, donde se atreven a ensartar que: Cayucao (es) embarcación ancha y alargada hecha de troncos. Y no una gran dotación de algo, comida, principalmente, como es el modismo.

“Ningún, ningún”, diría recordada lingüista, mi amiga Mía, porque un cayuco se hace de un árbol o se arma de madera. Hecha de troncos pueden ser las balsas; que de niños hacíamos de tallos de plátano para navegar cuando nos íbamos al agua, en las inundaciones.

Esta vez se alumbra debajo de los troncos abandonados de ese portal, pero sus errores e inexactitudes son muchas y no sólo manchan lo bello de nuestros modismos, como ahora intentaremos explicar, sino que tergiversan nuestra historia sin que sus mecenas (los y las, otra vez la precisión foxiana) hagan algo por revisar sus adefesios antes de guindarlos en la red de redes y exhibirnos como un pueblo que no cuida su historia, ni el sabor y olor de sus palabras.

Cuánta razón tenía el maestro Santamaría. Vale ahora,  en defensa de nuestros tabasqueñismos, lo que dice en Ensayos críticos del lenguaje, libro en que comparte páginas con Rafael Domínguez: …publicó el académico don Carlos González Peña un sustancioso artículo, “La Palabrería Bárbara”, en el que vino a romper lanzas contra el abarragamiento y corrupción de nuestra pobre lengua, de la cual cada hijo de buen vecino se considera facultado para hacer mangas y capirotes, y en la que se despotrica de lo lindo en senados y cenáculos, en tribunas y corrillos, en periódicos y aún en libros que corren por esos mundos.

Ojalá y me dé el magín, más que nada, pues es de imaginación y no de conocimientos, que está plagada dicha página virtual, que en el tema hoy me lleva por los bellos caidizos del habla, por los colores y los olores —y a veces shuquíos— de nuestra forma de hablar en Tabasco.

Sé que se tejerá sobre la sordera —aunque deben tener unas grandes orejas, que DTS llama guataca, y no, como el cronista Pedro Luis Hernández Sánchez, papalota de la oreja—, en contra de la soberbia y prepotencia, el amachamiento. Ya he visto que son reaccio(a)s a rectificar, corregir; se empecinan… se amachan.

Un video sobre lo que llamaron “El rapto de Juchimán”, me hizo revisar el sitio y releer libros. Es necesario que alguien frene esas inexactitudes históricas, así como los errores en nuestros usos y costumbres, en nuestro lenguaje.

Y me dije: ya es tiempo. No me puedo dilatar con este asunto, así que, adelante con la cruz, que el diablo se lleva al muerto

Espero no agorzomar, fastidiar o importunar a quienes “hacen” y mantienen ese llamado proyecto cultural, y muchos menos charpear, salpicar o pringar más alto, para que no atujen, azucen o vayan a acushilar a sus perros en contra de quien sólo quiere señalar errores como ese de decir que cushilear es chismear. Que ya les critiqué en Facebook, con el fin de que corrijan.

Nuestros tabasqueñismos valen. De esos modismos ha dicho Rafael Domínguez, en el prólogo de Así hablan en mi tierra, de Oscar G. Carrera: hay algunos dichos y dicharachos tan significantes y expresivos, muchos de ellos nacidos de la inventiva popular, de suyo ingeniosa, que, a decir verdad, enriquecen el lenguaje y, sin género de duda, le dan gracia y donaire.

No los tergiversemos.

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