Tp160318 Sucesión RUMBO NUEVO
TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Erwin
Macario
El tigre suelto (IV)
Cuando los viejos luchadores hablaban
de dejar un mejor país a sus hijos, esos
hijos éramos nosotros. Luis Echeverría
Pese a que
Mario Trujillo García llegó a la gubernatura de rebote, a la muerte del
candidato Agapito Domínguez Canabal, su mandato no tuvo los problemas políticos
que algunos de sus antecesores tuvieron, y que sufrieron sus después Salvador
Neme Castillo y, en parte, Roberto Madrazo Pintado. Eran otros tiempos. Los de
orden y disciplina que se imponían desde la Presidencia de la República.
Desde su
primer informe de gobierno, en 1971, Trujillo
afirmó: “En Tabasco no hay
facciones, La confianza del pueblo
tabasqueño ha renacido”. Ya había pasado el sexenio interrumpido de Manuel Bartlett
Bautista (en 1955) y los problemas que la misma facción habían creado a Manuel R. Mora Martínez, que
concluyó su mandato. Sin facciones el Congreso tabasqueño había designado comités
administrativos, para la segunda parte del sexenio, en los municipios de
Balancán, Centla y Emiliano Zapata.
Vendrían los
sexenios de Leandro Rovirosa Wade, Enrique González Pedrero, Salvador Neme
Castillo, Roberto Madrazo Pintado,
Manuel Andrade Díaz y Andrés Granier Melo. La clase política se acomodó sin mucho
problema. Fueron seis gobiernos priístas. Sólo dos tuvieron conflictos
políticos graves durante su encargo: Chavo Neme, quien, traicionado, se vio
obligado a renunciar y Roberto Madrazo, al que se sostuvo a fuerza contra la
decisión central. Por cierto muchos de los que le apoyaron están hoy en Morena
o apoyándola como lo hace el sector empresarial. Los reacomodos.
Andrés
Granier no tuvo conflictos en el lapso de su gobierno, aunque la inercia del
cambio, la alternancia y la transición
—que puede frustrarse— impidió que la forma en que manejaron las finanzas
públicas pasara inadvertida. Él paga en la cárcel por el abuso de algunos
funcionarios suyos. Mejor suerte tuvieron otros priístas antes. El propio
Leandro Rovirosa que, en un tácito señalamiento a uno de sus funcionarios dijo,
cuando le preguntaoron qué le gustaría ser al dejar el cargo de gobernador: “director
de egresos”. No pocas riquezas atesoraron en otros sexenios, pero tenían el
mismo manto protector.
Sin
facciones, Trujillo tuvo un sexto informe de lujo. El propio presidente
Echeverría estuvo en el solemne acto. Un año antes MTG había asegurado que su
gobierno “había generado las condiciones necesarias para que el hombre, a quien
el voto popular haga gobernador constitucional del estado para el periodo
1977-1982, encuentre a nuestros conciudadanos realizándose en el trabajo dentro
de un ambiente de concordia y de diálogo en la superación de los problemas de
cada día”. Otros tiempos, la clase política en un partido hegemónico.
Otra
generación. La generación que el propio gobernador Trujillo, con palabras de
Echeverría, calificó como “generación heredera”.
LEA había
dicho: “Somos la generación más comprometida en la historia de México. La
generación de los herederos. Fuimos, antes que nosotros mismos, objeto de
proclamas, discursos y de ideales. Cuando los viejos luchadores hablaban de
dejar un mejor país a sus hijos, esos hijos éramos nosotros”.
Ahora los
hijos de esos hijos, los nietos de esos hijos, son los que buscan la herencia
política, ya sin el equilibrio de la balanza presidencial, perdido desde el
2000, en que se entregó —por doce años— el poder a un partido, de derecha. Por
eso aquello del tigre suelto, en nueva versión que sustituye, incluso a los
demonios sueltos del auge priísta.
En Tabasco,
desde 1973, en su tercer informe, Trujillo había advertido: “quienes se crean beneficiarios
eternos de las desviaciones en que se ha incurrido en el curso de nuestro
proceso revolucionario, y quienes confundan los sueños con las soluciones,
encontrarán en el pueblo de Tabasco una agresiva, permanente y organizada
oposición”.
Trujillo,
finalmente, se había equivocado de candidato presidencial. Estaba con el
secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río, que con Mario Moya
Palencia, de Gobernación; Porfirio Muñoz Ledo, de Trabajo y Previsión Social; Augusto
Gómez Villanueva, de la Reforma Agraria;
Luis Enrique Bracamontes Gálvez, de Obras Públicas; Carlos Gálvez Betancourt, del IMSS y José López Portillo, de Hacienda y
Crédito Público, habían sido los siete destapados por nuestro paisano, el
secretario de Recursos Hidráulicos, Leandro Rovirosa Wade, en La Nopalera, Yautepec,
Morelos.
Ya es historia que fue JLP el candidato y presidente.
Quizá tampoco pensó Trujillo que LRW sería su sucesor. Eran otros tiempos.
Alguien de los paisanos que fueron con Mario Trujillo a la casa de JLP, el día
de su destape, recordará qué periodista de Tabasco, llevado por Juan Cacep
Peralta, salió del domicilio a recibir al contingente tabasqueño. Un día les
cuento.
Queda mucho en el tintero. Los nombres de los sobrevivientes
de la clase política que tuvo su mayor crecimiento con Trujillo podrán
analizarse una vez que quede el reacomodo en los cargos que obtengan en diferentes
partidos a los que emigran de un lado a otro, de ida y vuelta. Y capirucha.
Llevan ventaja,
ante los votantes, quienes se han mantenido firmes en un partido. Ayer jueves
lo pensaba este columnista en el desayuno de la Asociación Tabasqueña de
Periodistas (ATP) que tuvo como invitada a Candita Gil Jiménez, candidata del
PRI al Senado de la República, una prueba de lealtad a un partido. Como la de
Gina en el mismo PRI. Y Gerardo Gaudiano Rovirosa, en el PRD. Tres en la nueva
herencia del poder.
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