lunes, 7 de mayo de 2018

Ni linchadores, ni verdugos

Tp070518 Sucesión RUMBO NUEVO

Erwin Macario









No es bueno para nadie cargar 
su conciencia con un linchamiento 
o un asesinato, que finalmente no 
sería justicia sino venganza. Silvia
 Miguens / Catalina La Grande

La crisis que vive México, con cuerpos policiacos infiltrados, una fallida reforma penal, el creciente consumo de drogas de las que antes sólo había trasiego en nuestro territorio, la desesperación y el rencor ciudadanos que eclosiona,  en Tabasco,  violentamente en actos como el linchamiento en la zona indígena de Tamulté de las Sabanas, exige de los candidatos a gobernar Tabasco de una clara postura.

No se trata únicamente de responder con violencia a la violencia delincuencial, cobrar con sangre el sangriento ataque que la sociedad sufre al grado que los asaltos y robos con violencia han llegado al extremo de mutilar a las víctimas, como sucedió con el ex rector de la Universidad de la Chontalpa y los secuestros en los que se llega a matar a los plagiados, aún a niños inocentes.

No se trata sólo del aumento de policías, con resolver el problema de faltas de patrullas y hasta de gasolina, con hacer funcionar las cámaras y colocar más en nuestras calles;  o con municipalizar, a costo de reducir inversiones, a las fuerzas policiacas.

Ni tampoco se trata de seguir militarizando nuestras ciudades. El problema de inseguridad requiere de acciones integrales,  no de mantener una guerra perdida.
No se puede resolver, como en el caso de la corrupción, un problema como la inseguridad con leyes represivas que nos regresen a los verdugos. Pero tampoco la tibieza, rayana en complicidad, que aviva el fuego del rencor social como se vio con el presunto ladrón quemado en pleno parque, ante mujeres, jóvenes y niños, en uno de los pueblos yokot´anob.

Ni verdugos que corten manos o ejecuten a los delincuentes, ni fuenteovejunas indígenas. Sólo justicia. No se tratan los linchamientos o intentos de linchamiento,  como el reciente de otra zona indígena de Centla, de cuestiones de monarquía u órdenes de Calatrava, como en la obra de Lope de Vega, sino de un creciente rencor social, una ola de descontento por los errores y la tibieza de la autoridad ante los actos delincuenciales.

Los verdugos —que actuaban por órdenes de la autoridad, en un trabajo para dar de comer a sus hijos— evitaban que los ciudadanos, que el pueblo, se hiciera justicia por su cuenta. Y cargaran su conciencia con un crimen, por combatir otro crimen.
Es imposible entender cómo pueden dormir los que incineraron a un ladrón en Tamulté de las Sabanas o los que ejecutaron al padre que había asesinado a puñaladas a su hija de 13 años porque ésta había defendido a su madre de una golpiza.  Sólo dos ejemplos recientes de la descomposición social.

No es justicia esconderse en el anonimato ni “ejercer esa otra profesión de brazo de la ley (que) sólo exigía usar una capucha para protegerse a sí mismo —y a los justiciados— del horror de la mirada, del horror que causaba su propia mirada”.

La seguridad, el combate frontal a la delincuencia, sin tibiezas,  no es sólo tarea del gobierno sino de la propia sociedad, de los pueblos. Ninguna cámara en las calle, ningún botón de pánico, ninguna patrulla nueva —con gasolina—, ningún policía bien entrenado es suficiente si el ciudadano mantiene una actitud de protección, o de miedo, ante los delincuentes que viven en su propia calle, si la familia permite y hasta propicia que sus hijos tomen el que parece camino fácil para hacer dinero, objetivo que va más allá de la satisfacción de las necesidades de cada humano.

El próximo viernes 11 de mayo, los candidatos a suceder a Arturo Núñez Jiménez tendrán uno de los dos debates en los que confrontarán sus propuestas. Ojalá alguno de ellos tenga en materia de seguridad pública una propuesta que vaya restableciendo el encono de la sociedad que sufre por la delincuencia; medidas que involucren al pueblo.

Bien se sabe que no es nada más reprimir o castigar sino crear condiciones mínimas de justicia social, en las que no únicamente se atienda las necesidades primarias del pueblo sino la educación y el civismo que se ha alejado del sistema educativo nacional que ha dejado en manos de las religiones —ineficientes— la contención de las conductas que agreden a nuestra sociedad. Sin civismo, sin moral, con desintegración familiar, se mantiene el semillero de la delincuencia organizada que ofrece paraísos a una juventud sin frenos, aunque sean paraísos falsos y momentáneos.

Y en esto de justicia o de venganza tiene que reflexionar la sociedad —y sus seis candidatos en Tabasco— que con una guerra que tiene más de cuarto de millón de muertos y unos 30 mil desaparecidos , la violencia y la delincuencia deben analizarse y combatirse de acuerdo a su complejidad y que propuestas como la de Andrés Manuel López Obrador debe implicar, sobre todo, un proceso de amnistía no a los capos de la mafia sino a quienes son obligados a cultivar, o cultivan por falta de otros  ingresos, la droga en los campos mexicanos; amnistía a niños y jóvenes que actúan como halcones; hombres y mujeres campesinas, hombres y mujeres con problemas económicos en las ciudades, que son utilizadas para trasladar drogas.

No amnistía, como se quiere espantar a los lectores, para asesinos, secuestradores y violadores.
Es mejor un gran acuerdo nacional para amnistiar y devolver a sus hogares, con seguridad de empleos, a delincuentes menores, que quemarlos en las plazas públicas o hacer leyes para cortarles la mano o la cabeza en ejecuciones públicas disuasorias. Ni verdugos, ni linchadores. Sólo justicia. Penal y social.

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