PEQUEÑAS DIFERENCIAS
TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Erwin Macario
Pandemia y destino
Porque yo mismo padecí
la enfermedad y vi a otras
personas afectadas por ella.
Tucídides/ Historia de la guerra
del Peloponeso.
En el segundo año de la guerra de
Atenas por democratizar la región, surgió una terrible y devastadora epidemia
que destruyó todo intento de dominio, y poder, y acabó con la vida del propio
líder ateniense, Pericles, sin que hubiera sucesores dignos de él.
Sobre la peste de Atenas deja Tucídides,
por primera vez en la historia de la humanidad, constancia de una plaga tan
terrible en su libro, que también es la primera crónica de una guerra, “Historia
de la guerra del Peloponeso”,
que el historiador-periodista cubre en los dos frentes de batalla, como ya he
mencionado en columnas anteriores.
“Tal era la apesadumbrante calamidad
que había caído sobre los atenienses: dentro de la ciudad la gente moría, y
fuera se devastaba el territorio”, dice Tucídides. No podía decirse, como
ahora, 2,450 años después, que el mal hubiera caído “como anillo al dedo”.
Tucídides también se contagió, pero
fue uno de los sobrevivientes. Escribió: “Yo por mi parte diré sus
características y mostraré los síntomas a vista de los cuales, si volviese a
sobrevenir, teniendo una idea previa, mejor se podría diagnosticar. Porque yo
mismo padecí la enfermedad y vi a otras personas afectadas por ella”.
En Tucídides, en su guerra, en el
liderazgo de Pericles y aún más, la tragedia de Edipo y Tebas, que nos cuenta
Sófocles y que algunos comparan, reflexionaba yo, que ahora —valga guardar toda
proporción, entre personajes y hechos— también he padecido esta pandemia de
Covid y puedo hablar de los síntomas, que no deben ser igual en todos los
contagiados según colijo del mal propio.
Tutta la proporzione salvata, entre
los enfermos que escriben, y los protagonistas, porque además de la distancia
en el tiempo, hay grandes diferencias en el actual azote del virus y sus
consecuencias políticas. De Edipo, Sófocles dice que fue víctima del destino. Una
“proyección trágica ad absurdum"
afirmaría Carles Riba, que nos llevaría a profundizar con Miguel de Unamuno en su
libro Del sentimiento trágico de la vida, su mejor obra según él mismo.
No todo puede referirse al destino, a
una teodicea trágica. Ni con Edipo o Pericles, que ante la adversidad exclama
en Atenas: “...es preciso sufrir con la resignación de algo inevitable las
cosas enviadas por la divinidad y con valor las que vienen de los
enemigos".
Ni medallitas milagrosas, ni
resignación pasiva que incrementa los males.
Guardemos las proporciones, aunque el
autor de “Historia de la guerra del Peloponeso” exprese que su
concepción política, su previsión, su organización estatal están fuera de toda
crítica, pero admite —no comparemos— “era aquella oficialmente una democracia;
pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano".
Esto se dice, y repito, loro digital:
Del mismo modo, la suerte de Atenas, ligada a la de su guía, por una especie de
fatalidad, se verá arrastrada a la ruina, al encontrarse sin sucesores dignos
de él. Atenas se convertirá también en una ciudad trágica. Tucídides pasa del
elogio sin límites en los capítulos 35 al 45 a un relativismo cíclico de la
historia en el 64, 3: "...si Pericles ha salvado a su ciudad, Edipo
también liberó a la suya, si la muerte del estadista supuso el hundimiento del
imperio, la maldición que pesaba sobre Edipo ha provocado la peste en Tebas.
Edipo, con todo, puede reparar el mal que ha causado, descubriéndose a sí mismo
como el portador de la impureza; Pericles, al morir no puede hacer nada para
evitar la caída ateniense. Su testamento político no sería puesto en práctica
por sus seguidores”.
No me quito la gana de copiar y
pegar: “la posibilidad de que el desconcierto e incapacidad política inherentes
a sus continuadores no sean sino el fruto de los años en que Pericles totalizó
el poder en sus manos sin dar paso a una oposición organizada que pudiera, al
faltar él, afianzarse en el poder. Un régimen político, que se llama democrático
y modélico, no puede descansar en una sola persona, sino en unas instituciones,
en unos partidos”.
Los daños políticos y sociales se
medirán un día. No hay de otra.
En fin, si bien los síntomas del covid
en los humanos que lo han padecido tienen diferentes grados de severidad, y no
son tan terribles como los que describe Tucídides, vale la pena mencionar que
en mi caso, y en el de muchos que he sabido vencen la pandemia, lo más importante
ha sido la atención médica a tiempo y en respetar con todo rigor la medicación
recetada por quienes han aprendido frente a los enfermos no a curar el Covid
sino a evitar que los males que desate resulten dañinos a la salud de los
pacientes.
Yo, me cansé durante mi aislamiento
desde el 17 de marzo, a llevar las estadísticas con tantos muertos. Debieran hacer
las autoridades una comparación de tantos que han superado la pandemia, en
hospitales y hogares, como es mi caso que tuve como pabellón de enfermo mi propia
recamara.
Me aplique en los primeros síntomas,
el martes 24 de noviembre por la noche: calentura, dolor de garganta y un poco
de cefalea. De inmediato la atención médica de mi hijo Rommel, mano salvadora
en ya varias ocasiones. Otros síntomas se manifestaron durante los días de
aislamiento total, pero en forma leve. Perdí el olfato. Tuve un poco de tos.
Dos solas manifestaciones de diarrea. Dios y la medicina recetada por Erwin
Rommel —con tes de hoja de guayaba, única receta tradicional que acepté,
servida por Merry y mis hijas—, hicieron el milagro.
Hay más que escribir del tema.
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