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TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Por Erwin Macario* erwinmacario@hotmail.com
Los pasos de Ramón Bolívar
Entonces tú, poeta, ya no eres tú.
Tú no eres nada. Es decir, lo eres todo.
Quizá tú ya no estás en ti, sino en los demás.
Vicente Aleixandre / Espadas como labios
Ramón Bolívar, desde su silenciosa sencillez, me obsequió ayer su más reciente libro y me llevó al mundo alexaindrino. Y a su mundo de silencios y palabras.
Tierra —y agua, es tabasqueño— autobiográfica. Su yo-poema. La desnudez de su alma: Yo soy mis pasos.
En esos caminos literarios, líricos, lo entendemos y queremos más. Sabemos que heredó de su madre (católica profesante) la palabra y de su padre (garridista), el silencio:
“Papá era un hombre de campo que amaba las cosas de la tierra y, como todo ser que es así, pocas veces hablaba (…) Mamá por lo contrario, altruista siempre, además de atender la casa, daba clase a los niños más pobres que representaban la mayor parte de la comunidad”.
Guiados por el poeta, siguiendo sus pasos, nos llega la nostalgia, el recuerdo de los infantiles días en que, como él, no existía “otra actividad que ver caer la lluvia”. Recordar la sabiduría del pueblo, de nuestros padres, nuestros vecinos adultos, ante la naturaleza: “Desde semanas antes, todo se preparaba para el arribo del temporal: papá y mis hermanos mayores llevando el ganado a las zonas altas. Las mujeres tostando el café y apilando sobre el fogón los embutidos y la carne salada. Y yo, pequeño aún, cobijado bajo la techumbre de guano de la cocina, realizando la tarea”.
En estos tiempos que el agua nos espanta, Ramón Bolívar nos refresca la memoria: “Al atardecer, el olor de los plátanos verdes entre las brasas que luego machacaban y mezclaban con sal y shish de chicharrón. Tiempo propicio para tomar el café o el chocolate, mientras ensimismados escuchamos narrar leyendas e historias sobre todo de duendes y desaparecidos. Desde la radio, único medio de enlace con la población, particularmente de la radiodifusora XEVA, escuchábamos las noticias: `en la ranchería Jolochal, segunda sección, el río se desbordó y la comunidad entera se fue al agua. Se avisa a las personas que tengan familiares aquí, urge que pasen por ellos”.
Si bien este noveno libro es en realidad un reencuentro del poeta Ramón Bolívar consigo mismo, un exorcismo a sus fantasmas, el redescubrimiento de si mismo, de su realidad personal, sus pasos nos llevan, también a la saudedad lúdica, los juegos que se pierden en la modernidad electrónica: el papagayo, el toca-toca, la timbomba, la matatena, citados por él. Y otros que añoramos en las sobremesas de poetas y escritores amigos.
Su emoción del “vibrato” de su paloma “propiciado por el roce de las nubes” nos traslada a la confección de nuestras cometas, papagayos y palomas y a la emoción de enviarles mensajes al cielo que surcaban: un papel que se elevaba al través del hilo que la ataba a la tierra, a nuestras manos. Nuestros sueños compartidos con un padre que así sentíamos cercano.
También, en ese andar por las letras, las palabras del poeta, nos conducen al reencuentro con seres que, como él, han llenado de luz nuestras sombras. Menciones a vuelo de pluma de Alfonso Taracena, Andrés Iduarte, Salvador Córdova León, Ramón Mendoza H., Carlos Pellicer, Luis Cardoza, Julieta Campos, Eliseo Diego, José Martí, Constantino Cavafis y Roque Dalton. En ese orden mencionados por el poeta.
Y, sin mencionarlo, a Vicente Aleixandre: “Entonces tú, poeta, ya no eres tú.
Tú no eres nada. Es decir, lo eres todo. Quizás tú ya no estás en ti, sino en los demás. Naturaleza tu mismo. O quizá lo estás tú creando en tu interior, y por eso existe. Es la unidad contigo, poeta, creado, ¿existes tú o existe ella? ¿Cuál es ya la verdad, cuál la mentira? Nosotros que hemos dado este brinco voleado porque tú lo has querido, ya no lo sabemos. Hemos surtido a tu mundo —¿a cuál?— y ya no podemos ver si no lo que vemos. Estos ojos son tuyos. Estas voces son tuyas. Las mismas lenguas nuestras que se alzan y flamean, ondulan en el espacio, hechas llamas por ti, probablemente movidas por tu viento sutil que les arranca sus sones. Pero no lo sabemos”.
Junto a su descubrimiento, asumiendo su papel genético, hormonal, Ramón Bolívar nos encamina, también, por la palabra sencilla del pueblo, ese vocabulario tabasqueño que no debe perderse.
Un libro, en fin, que es un deleite en estos días. Bien por el poeta.
LADO CLARO
El Premio a mis calaveras, recibido anoche, es un reconocimiento a quienes no dejan morir la tradición. Muchas gracias desde mi humilde quehacer literario.
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