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PRIMERA
PIEDRA
Por Erwin Macario
Adiós a Abraham Sosa
La sibila, escondida milenariamente en una gruta, cuya boca sólo deja salir la voz –quizás lo único que existe– no podría, amigo Abraham, habernos anunciado tu partida, tan dolorosa para todos los que te encontramos esta vez por tu paso terrenal y tu tránsito en las páginas que llenaste de historias ajenas.
Nadie pudo imaginarse que te adelantaras, motus propio, al destino que parecía marcarte días felices a pesar de los tiempos difíciles que todos compartimos en el gremio.
Este adiós, amigo, tampoco pudo ser augurado, ni deseado cuando, siempre profesional, platicabas conmigo y me hacías sentir una especie de maestro en esto de llenar cuartillas, lo que nunca te agradecí. Jamás pude pensar que me llevaras delantera y tuviera que agregarte en mis muertes sucesivas. Cada amigo que se va es una parte que en nosotros perece.
A veces, el silencio es una defensa, legítima defensa ante el Destino. ¿Qué decir esta vez, amigo? Y no callo porque nos duele a todos los periodistas que te tratamos, tu partida. No es sólo mi dolor sino el de todos los que te tratamos, te conocimos casi siempre callado, para hablar sólo lo necesario, y escribir lo que la realidad reclama.
Con Emery, en Jaguar, no tuviste paralelo en los reportajes. El premio que te dimos fue solamente reconocerlo. Nosotros, tus colegas, y tus lectores que hoy también tendrán que recordarte solamente.
En el diarismo fuiste de la vieja escuela periodística que defiende la exclusiva, tan necesaria para diferenciar a uno de otro medio. Tal vez fuiste el mejor, aunque no el único, por suerte.
Tu viaje nos sorprendió esta mañana de este día en que me duele entender qué tan necesaria es entre nosotros la amistad, la confianza, el consejo de amigo para enfrentar el trago amargo y saber disfrutar las mieles de la vida. Quizás tu silencio, tu parquedad, era un adelanto a los que hoy no tenemos tu voz ni tus escritos. Tal vez uno de nosotros pudo haberte librado del fatal momento que no podemos reclamarte, cuando el Silencio fue.
Adiós, amigo Abraham. ¡Cuánto dejaste de decirnos!
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