domingo, 27 de septiembre de 2020

 EL SHUQUÍO DE DeTabascoSoy

Tp010920 Cultura RUMBO NUEVO



TRANSPARENCIA

POLÍTICA

Erwin Macario

 

Tabasqueñismos (4)

 

…ay mojo maistro, ni tunca.

Y la clase quedó trunca

pues el maistro enmudeció.

Manuel Arrazola, el Choco

Tabasqueño

 

Ya dije en otra ocasión, y lo publicó Ignacio Almeida, en Notimex, que no es que por nostalgia o por chechera lingüística, pero hay gente que se preocupa por mantener nuestros tabasqueñismos. Entre ellas, el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, que en la campaña del 2006 recetó a su contrincante aquello de “cállate, chachalaca”.

Lopez Obrador usó esa frase —y no el bello y corto “sho”, de gran uso choco—, para que entendieran ese fuerte verbo usado antes por el rey de España (¿por qué no te callas?), y buscaran qué es chachalaca. El “sho” es menos agresivo: silencio. Y se ocurre, en austeridad, colocar en los panteones para ahorrar pintura y mano de obra.

En los tiempos neoliberales —como dice AMLO— descubrí en los frontispicios de los panteones de Acayucan y Oluta, Veracruz —ciudades donde estudié sexto de primaria y primero de secundaria— la siguiente leyenda que hoy sería un gasto excesivo: Descúbrete mortal./ Tu frente inclina./ Que el orgullo mundanal./ Aquí termina.

AMLO, en Tabasco, sabe que le, entienden. Por eso abarrajó públicamente al entonces gobernador Arturo Núñez Jiménez, reconociendo que le había “salido puque”. Los chocos sabemos que puque es el huevo que se pudre.

Como dice el periodista Juan José Sánchez Gálvez — paisano tumbapato del preciso, del machuchón—, en su columna del 24 de septiembre de hace dos años, “Andrés Manuel aporta a la narrativa política nacional un lenguaje austero, no rebuscado, más tropical, más directo: el lenguaje choco”.

Se hace difícil manejar con precisión los modismos. Se ve en las decenas de portales que publican —con buenas intenciones empedradoras— y a muchos se les puede adjudicar aquello de “lo que hace el mono, hace el mico”.

Hacer, pues, un compendio de tabasqueñismos usuales, revisando y corrigiendo todos estos sitios cibernéticos, es una tarea difícil, ardua, pero necesaria. Al igual que reeditar el Vocabulario Tabasqueño, de Jorge Priego Martínez y otros.

Me explico, como diría Víctor Manuel López Cruz: al estar en estos textos me queda claro la necesidad de una edición de los tabasqueñismos más usuales, en las que además de las palabras y frases que no están en los diccionarios provinciales se usen las del Vocabulario Tabasqueño —de Jorge Priego Martínez y otros—, y las que ya han rescatado en libros gente de cultura ya mencionadas, y otras que han faltado citar como Rosario María Gutiérrez Eskildsen.

Se evitarían pirishadas y errores como las que aparecen en DeTabascoSoy y otros sitios de las benditas redes, como eso de definir “shuquío”: Sabor u olor desagradable que puede tener un alimento rancio. “Ningún, ningún”. El shuquío, sólo quienes así piensan pueden saborearlo. El shuquió apesta nadie, creo, lo ha saboreado, como dicen estos “red-ículos”.

No. Shuquió es el apeste, mejor dicho, aunque se ha transformado en la perfumería, como el fijador que salen de los albañales y letrinas. Es el olor intenso, no el sabor —iche, fúchila— del almizcle, esa sustancia que algunos mamíferos segregan de sus glándulas situadas en el prepucio, en el periné o cerca del ano”, y, ciertas aves en la glándula debajo de la cola.

El shuquío se le quita, en las cocinas, a los animales que van a ser guisados, al extirpárseles dichas glándulas. ¡Y qué sabrosos tepezcuinte en adobo, jueche asado o en cualquier guiso, etc.!

Algo académico: Las feromonas son sustancias químicas secretadas por los seres vivos, con el fin de provocar comportamientos específicos en otros individuos de la misma especie. Y salen de las glándulas sexuales.

No necesitan los subidores de nuestra habla dar tantas explicaciones Bastaría decir, por ejemplo: shuquío, olor desagradable en ciertos mamíferos comestibles y por extensión todo apeste molestoso. Digo.

Por cierto, ayer lunes 310820, en el capítulo XXI de la serie sobre Enrique González Pedrero que nos viene dando por entregas Heberto Taracena, nos regala dos perlas del lenguaje provincial: “Y aplicamos la regla de no dar paso sin huarache”. Y “coyoludo”.

Del paso sin huarache, —palabra ésta última que es voz tarasca, según el Diccionario General de Americanismos, de Francisco J. Santamaría—, baste decir que hay gente incapaz de hacer algo, sin esperar nada a cambio.

Del coyoludo, que no aparece en Santamaría y, por lo tanto, remito a Jorge Priego Martínez para su análisis e inclusión en el Vocabulario Tabasqueño, se refiere al coyol, cocoyol o cocoyul —que sí menciona el lexicógrafo de Jalapa—, y es el fruto de una palmera, pequeño, esférico, que se da en racimos, y saboreamos los tabasqueños en dulce. Dulce de cocoyol, o de coyul.

Coyoludo, por tener coyoles, o cocoyoles, es de uso en El Salvador, Guatemala y Honduras, por lo que ya explicaré sobre esas palabras inmigrantes. A cierta gente se les puede decir así, por bien machos o bien coyoludos. En Salvador, también se entiende que es el mandamás. Quizá como el machuchón choco.

Dice, ayer, Taracena: —El más “coyoludo” —pudo haber dicho Chago Morales, a la sazón regidor por haber participado en la consulta a las bases—, el más “coyoludo” bajaba las escaleras dando traspiés.

En los modismos pendientes por analizar, está el “ay mojo”, que hoy sólo menciono por el epígrafe que muestra el uso de nuestros tabasqueñismos. Ay mojo también significa ni que fuera. Aquí bien les queda recordarles al Choco Tabasqueño, Manuel Laureano Arrazola Hernández, quien cantaba: Dando aritmética un maistro / a los niños preguntó/ si me como cien guineos,/  de mil, cuántos me quedó./ Y un rapazuelo de Dios/ le contesta como nunca/ ay mojo maistro, ni tunca./ Y la clase quedó trunca/ pues el maistro enmudeció.

 

 

 

 

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