EL SHUQUÍO DE DeTabascoSoy
Tp010920 Cultura RUMBO NUEVO
TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Erwin Macario
Tabasqueñismos (4)
…ay mojo maistro, ni tunca.
Y la clase quedó trunca
pues el maistro enmudeció.
Manuel Arrazola, el
Choco
Tabasqueño
Ya dije en otra ocasión, y lo
publicó Ignacio Almeida, en Notimex, que no es que por nostalgia o por chechera
lingüística, pero hay gente que se preocupa por mantener nuestros
tabasqueñismos. Entre ellas, el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador,
que en la campaña del 2006 recetó a su contrincante aquello de “cállate, chachalaca”.
Lopez Obrador usó esa frase —y
no el bello y corto “sho”, de gran uso choco—, para que entendieran ese
fuerte verbo usado antes por el rey de España (¿por qué no te callas?),
y buscaran qué es chachalaca. El “sho” es menos agresivo: silencio. Y se
ocurre, en austeridad, colocar en los panteones para ahorrar pintura y mano de
obra.
En los tiempos neoliberales
—como dice AMLO— descubrí en los frontispicios de los panteones de Acayucan y
Oluta, Veracruz —ciudades donde estudié sexto de primaria y primero de
secundaria— la siguiente leyenda que hoy sería un gasto excesivo: Descúbrete
mortal./ Tu frente inclina./ Que el orgullo mundanal./ Aquí termina.
AMLO, en Tabasco, sabe que le,
entienden. Por eso abarrajó públicamente al entonces gobernador Arturo Núñez
Jiménez, reconociendo que le había “salido puque”. Los chocos sabemos
que puque es el huevo que se pudre.
Como dice el periodista Juan
José Sánchez Gálvez — paisano tumbapato del preciso, del machuchón—, en
su columna del 24 de septiembre de hace dos años, “Andrés Manuel aporta a la
narrativa política nacional un lenguaje austero, no rebuscado, más tropical,
más directo: el lenguaje choco”.
Se hace difícil manejar con
precisión los modismos. Se ve en las decenas de portales que publican —con
buenas intenciones empedradoras— y a muchos se les puede adjudicar aquello de
“lo que hace el mono, hace el mico”.
Hacer, pues, un compendio de
tabasqueñismos usuales, revisando y corrigiendo todos estos sitios
cibernéticos, es una tarea difícil, ardua, pero necesaria. Al igual que
reeditar el Vocabulario Tabasqueño, de Jorge Priego Martínez y otros.
Me explico, como diría Víctor
Manuel López Cruz: al estar en estos textos me queda claro la necesidad de una
edición de los tabasqueñismos más usuales, en las que además de las palabras y
frases que no están en los diccionarios provinciales se usen las del
Vocabulario Tabasqueño —de Jorge Priego Martínez y otros—, y las que ya han
rescatado en libros gente de cultura ya mencionadas, y otras que han faltado
citar como Rosario María Gutiérrez Eskildsen.
Se evitarían pirishadas y
errores como las que aparecen en DeTabascoSoy y otros sitios de las
benditas redes, como eso de definir “shuquío”: Sabor u olor desagradable que
puede tener un alimento rancio. “Ningún, ningún”. El shuquío, sólo
quienes así piensan pueden saborearlo. El shuquió apesta nadie, creo, lo ha
saboreado, como dicen estos “red-ículos”.
No. Shuquió es el apeste,
mejor dicho, aunque se ha transformado en la perfumería, como el fijador que
salen de los albañales y letrinas. Es el olor intenso, no el sabor —iche,
fúchila— del almizcle, esa sustancia que algunos mamíferos segregan de sus
glándulas situadas en el prepucio, en el periné o cerca del ano”, y, ciertas
aves en la glándula debajo de la cola.
El shuquío se le quita, en las
cocinas, a los animales que van a ser guisados, al extirpárseles dichas
glándulas. ¡Y qué sabrosos tepezcuinte en adobo, jueche asado o en cualquier
guiso, etc.!
Algo académico: Las
feromonas son sustancias químicas secretadas por los seres vivos, con el fin de
provocar comportamientos específicos en otros individuos de la misma especie. Y
salen de las glándulas sexuales.
No necesitan los subidores de
nuestra habla dar tantas explicaciones Bastaría decir, por ejemplo: shuquío,
olor desagradable en ciertos mamíferos comestibles y por extensión todo apeste
molestoso. Digo.
Por cierto, ayer lunes 310820,
en el capítulo XXI de la serie sobre Enrique González Pedrero que nos viene
dando por entregas Heberto Taracena, nos regala dos perlas del lenguaje
provincial: “Y aplicamos la regla de no dar paso sin huarache”. Y
“coyoludo”.
Del paso sin huarache,
—palabra ésta última que es voz tarasca, según el Diccionario General de Americanismos,
de Francisco J. Santamaría—, baste decir que hay gente incapaz de hacer algo,
sin esperar nada a cambio.
Del coyoludo, que no aparece
en Santamaría y, por lo tanto, remito a Jorge Priego Martínez para su análisis
e inclusión en el Vocabulario Tabasqueño, se refiere al coyol, cocoyol o
cocoyul —que sí menciona el lexicógrafo de Jalapa—, y es el fruto de una
palmera, pequeño, esférico, que se da en racimos, y saboreamos los tabasqueños
en dulce. Dulce de cocoyol, o de coyul.
Coyoludo, por tener coyoles, o
cocoyoles, es de uso en El Salvador, Guatemala y Honduras, por lo que ya
explicaré sobre esas palabras inmigrantes. A cierta gente se les puede decir
así, por bien machos o bien coyoludos. En Salvador, también se entiende que es
el mandamás. Quizá como el machuchón choco.
Dice, ayer, Taracena: —El
más “coyoludo” —pudo haber dicho Chago Morales, a la sazón regidor por haber
participado en la consulta a las bases—, el más “coyoludo” bajaba las escaleras
dando traspiés.
En los modismos pendientes por
analizar, está el “ay mojo”, que hoy sólo menciono por el epígrafe que muestra
el uso de nuestros tabasqueñismos. Ay mojo también significa ni
que fuera. Aquí bien les queda recordarles al Choco Tabasqueño, Manuel Laureano
Arrazola Hernández, quien cantaba: Dando aritmética un maistro / a los niños
preguntó/ si me como cien guineos,/ de
mil, cuántos me quedó./ Y un rapazuelo de Dios/ le contesta como nunca/ ay mojo
maistro, ni tunca./ Y la clase quedó trunca/ pues el maistro enmudeció.
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