martes, 6 de mayo de 2008

PERFUME DE PERROS

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TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Por Erwin Macario erwinmacario@gmail.com

La inmundicia hecha postre
Sin embargo, la madre de Grenouille no percibía el olor a pescado podrido o a cadáver porque su sentido del olfato estaba totalmente embotado…
Patrick Suskind/ El perfume

Hace medio siglo, en Tenosique, vivía una señora de posible origen yucateco que mantenía su casa llena de monos y perros. Decenas de ellos llenaban de inmundicias y peste los alrededores de la esquina de las calles 28 y 17.
Lo recuerdo bien porque, aparte de ser mi camino hacia la escuela primaria, dos esquinas adelante, frente al parque principal, era también una especie de biblioteca popular: ¡Cuántos sueños tejimos con las aventuras del invencible Santo, el enmascarado de plata, y su protectora la bella Kira!
Las historietas, publicadas por José G. Cruz, que sueltas comprábamos ya en San Pedro, ya en El Barí, en el primer vagón de pasajeros del Ferrocarril del Sureste, en su paso de Mérida, Yucatán hacia la estación Allende, frente a Puerto México, hoy Coatzacoalcos, estaban coleccionadas en tomos en la casa de los pestes de Tenosique.
Amable, la señora, y un joven, altísimo, medio encorvado, llamado Quintín, que tal vez era su hijo, nos prestaban los tomos para leer en la sala de la casa o para llevar, cuando entraba en confianza. La lectura de las hazañas del luchador plateado, que a diferencia del Superman no era un personaje de ficción sino un héroe vivo, que no venía de Kriptón. Ya grande supe que era paisano de mi gran amigo Gabriel Perales. Hidalguense, pues. Tampoco era como el Tarzan que tantas horas llenó de nuestras vidas, en el comic y en el cine.
Santo, pues, hizo soportable los olores de esa casa que recuerdo porque un grupo de ciudadanos del fraccionamiento Lidia Esther, aquí en Villahermosa, no tienen la suerte de poder atenuar en la lectura las fetideces que, desde hace más de diez años, les impone una familia criadora de perros en una de las colonias considerada de residencias, no cinturones de miseria, donde hay más limpieza que en esa nueva casa de las pestes.
Los vecinos de las calles José Martí y Avenida Las Américas, por donde existe un nuevo restaurante que sustituye al Mesón del Duende, ya están desesperados pues los canes viven y defecan al aire libre, en el patio de la residencia; patio que, como todos, se llueve y se moja como los demás, pero como éste no es de cemento se convierte en un inmenso y putrefacto lodazal de excrementos y orines perrunos.
Hace más de un mes se dirigieron al coordinador de Salud Municipal, doctor Ángel Antonio Herrera León, pidiendo la intervención de la autoridad municipal para terminar de una buena vez con ese problema, que se agrava en estos tiempos de calor. ¡Se deben estar riendo en el Ayuntamiento!
En realidad el patio de la casa habitación que da a la avenida Gregorio Méndez, y está marcada con el número 1404, es además de un criadero de perros, un gran foco de infección, pestilente; habitat de moscas y otra fauna nociva, como ratas y cucarachas.
Denuncian los quejosos que la familia criadora de perros –unos quince o veinte de diferentes razas y edades– no asean debidamente el sitio donde sobreviven los animalitos, “que no se encuentran siquiera sobre un piso de cemento, sino a ras de tierra, sobre un lodo asqueroso y maloliente”.
No se sabe el destino final de esos caninos. Tal vez sean vendidos como mascotas porque los compradores no pueden imaginarse que en una residencia no se tengan los cuidados básicos y la atención a las enfermedades que los pobres animalitos sufren, máxime en el ambiente de inmundicia en que los tienen.
Claro que esto no importa a los vecinos, que quizás no pertenezcan a una sociedad protectora de animales, sino que les interesa acabar con la contaminación del ambiente y la amenaza a la salud de ellos y sus hijos.
Lo peor del caso es que, con la crisis que se vive post inundación, en la casa de los perros van a poner otro negocio, el de los postres de diferentes sabores
¡y olores!
Ya aparece por ahí un anuncio que reza: “La delicia hecha postre”. Con todos estos antecedentes, tanto la autoridad municipal como salud estatal, que preside el doctor Luís Felipe Graham, deben cambiar al menos el anuncio: “La inmundicia hecha postre”.
A falta de revistas de El Santo, los que habitan alrededor del hedor debían gozar a Patrick Sûskind en su novela El perfume.
Les crecería el enojo: En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales…
¡Servidos, doctores Graham y Herrera León, donde se encuentren!

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