Tp030910InundaRN
TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Por Erwin Macario* erwinmacario@hotmail.com
Lectura para inundaciones
Para escapar de esa amenaza latente
en la que colocan ambas instancias:
Comisión Nacional del Agua, abajo,
y la Comisión Federal de Electricidad,
arriba. Mejor dicho, una administrando
el terror en el comportamiento del agua
de los ríos y la otra con su espeluznante
manera de desfogar el agua. Gerardo
Rivera/ 42 grados a la sombra 020910
El agua que inunda saca a flote corrupciones, olvidos, lo peor de algunos servidores públicos, pero también lo mejor que hay en el hombre, la solidaridad… y la poesía.
Muchas crónicas, muchos textos sobre las inundaciones de Tabasco son un canto en la tragedia. Las voces se levantan por encima de las aguas y dejan un testimonio para la posteridad.
Por más dura que sea la tragedia, las memorias del agua no lastiman cuando, en tiempos de amenaza, de peligro, de alerta, leemos a la cronista de la ciudad, Gabriela Gutiérrez, en relación a la inundación del 2007:
“Es noviembre, mes de los fieles difuntos. Un silencio recorre la ciudad, hombres y mujeres deambulan como fantasmas, un olor putrefacto lastima el olfato, las casas familiares y los comercios permanecen en silencio. Esta no es mi ciudad, aquella llena de voces y de risa, adioses festivos, luz de luna iluminando el caserío y mi río Grijalva en eterna plática con el infinito, las rondas de jacinto flotando sin rumbo pegadas a las orillas del barranco cansadas de tanto navegar”.
Doña Gaba no sólo nos recuerda lo que pasó hace tres años, sino que testifica la cultura del agua, en estas horas de espera y esperanza:
“En mis muchos años vividos no recuerdo con horror ninguna de las tantas crecientes registradas; para aquellos entonces niños, la creciente era esperada Hasta con alegría, navegar dentro de las grandes balsas de madera o de las tinas donde recogían el agua de lluvia era en verdad una aventura; atrapar sardinas y gurusapos en canastos era parte del encanto, máxime cuando alguna sardina grande brincaba tan alto que entre gritos y risas no podíamos atraparlas. Era pues, nuestro trofeo digno de presumirse”.
La crónica se vuelve nostalgia, aunque se habla de tragedia. Lectura para los tapancos en que la familia se refugiaba mientras las aguas regresaban a su cauce:
“Desde que veíamos que en casa empezaban a llenarse y a guardarse en latas bien cerradas: arroz, frijol, azúcar, café molido, polvillo, pinol, zurrullos de chocolate negro y dulce, la lata de manteca y la de petróleo, adquirir pilas para los focos de mano, y las cajas de fósforo, era señal que de nuevo nos iríamos al agua. Preludio a ello eran los nortes que tardaban de quince a veinte días lloviendo día y noche. Para entonces los días se ponían tristes, sin poder salir a jugar al parque nos conformábamos con jugar lotería o damas chinas, mientras tomábamos café calientitos con galleta nic-nac de animalitos, castañas cocidas, plátanos y camotes asados…”.
Lectura obligatoria para los que ahora se “paniquean” con la amenaza de inundación.
Como también bello es decir el sentimiento de los que explican, como el escritor Gerardo Rivera, el éxodo hacia las tierras altas:
“Hube de dejar mi casa hace pocos días. Hacía una semana no dormía esperando el momento en que al agua se le ocurriría llegar, como ladrón en la noche, a mojar mis libros, sábanas, las cosas útiles, sencillas y amadas, tal como lo hizo en 2007 y 2008. No podía dormir porque el agua no hace bulla sino que llega, lentamente, abraza todos los objetos como si regresara de un largo viaje y tomara todo lo que encuentra como si fueran sus pertenencias. No hay nada más silencioso que el agua que viene por los potreros abriéndose camino sin prisa como si su único objetivo fuera el de llegar al mar por fin para bendecirse en sal.
“Les comento también que donde tengo mi humilde casa no es zona inundable. De hecho no se ha ido al agua aún, pero la zozobra es mucha; es como si un enemigo invisible nos acechara y esperara el instante en el que nos vence el sueño para darnos la primera puñalada. Así no se puede trabajar, no. No hay cuerpo que resista tanta presión. Y no se ha ido al agua mi colonia porque entre la vecindad compramos arena y costales y cerramos el paso por donde siempre se filtra el agua del Mezcalapa, que luego se va apoderando de las casas, sus calles y, por supuesto, de su gente cuando queda atrapada sin recursos móviles para salir”.
TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Por Erwin Macario* erwinmacario@hotmail.com
Lectura para inundaciones
Para escapar de esa amenaza latente
en la que colocan ambas instancias:
Comisión Nacional del Agua, abajo,
y la Comisión Federal de Electricidad,
arriba. Mejor dicho, una administrando
el terror en el comportamiento del agua
de los ríos y la otra con su espeluznante
manera de desfogar el agua. Gerardo
Rivera/ 42 grados a la sombra 020910
El agua que inunda saca a flote corrupciones, olvidos, lo peor de algunos servidores públicos, pero también lo mejor que hay en el hombre, la solidaridad… y la poesía.
Muchas crónicas, muchos textos sobre las inundaciones de Tabasco son un canto en la tragedia. Las voces se levantan por encima de las aguas y dejan un testimonio para la posteridad.
Por más dura que sea la tragedia, las memorias del agua no lastiman cuando, en tiempos de amenaza, de peligro, de alerta, leemos a la cronista de la ciudad, Gabriela Gutiérrez, en relación a la inundación del 2007:
“Es noviembre, mes de los fieles difuntos. Un silencio recorre la ciudad, hombres y mujeres deambulan como fantasmas, un olor putrefacto lastima el olfato, las casas familiares y los comercios permanecen en silencio. Esta no es mi ciudad, aquella llena de voces y de risa, adioses festivos, luz de luna iluminando el caserío y mi río Grijalva en eterna plática con el infinito, las rondas de jacinto flotando sin rumbo pegadas a las orillas del barranco cansadas de tanto navegar”.
Doña Gaba no sólo nos recuerda lo que pasó hace tres años, sino que testifica la cultura del agua, en estas horas de espera y esperanza:
“En mis muchos años vividos no recuerdo con horror ninguna de las tantas crecientes registradas; para aquellos entonces niños, la creciente era esperada Hasta con alegría, navegar dentro de las grandes balsas de madera o de las tinas donde recogían el agua de lluvia era en verdad una aventura; atrapar sardinas y gurusapos en canastos era parte del encanto, máxime cuando alguna sardina grande brincaba tan alto que entre gritos y risas no podíamos atraparlas. Era pues, nuestro trofeo digno de presumirse”.
La crónica se vuelve nostalgia, aunque se habla de tragedia. Lectura para los tapancos en que la familia se refugiaba mientras las aguas regresaban a su cauce:
“Desde que veíamos que en casa empezaban a llenarse y a guardarse en latas bien cerradas: arroz, frijol, azúcar, café molido, polvillo, pinol, zurrullos de chocolate negro y dulce, la lata de manteca y la de petróleo, adquirir pilas para los focos de mano, y las cajas de fósforo, era señal que de nuevo nos iríamos al agua. Preludio a ello eran los nortes que tardaban de quince a veinte días lloviendo día y noche. Para entonces los días se ponían tristes, sin poder salir a jugar al parque nos conformábamos con jugar lotería o damas chinas, mientras tomábamos café calientitos con galleta nic-nac de animalitos, castañas cocidas, plátanos y camotes asados…”.
Lectura obligatoria para los que ahora se “paniquean” con la amenaza de inundación.
Como también bello es decir el sentimiento de los que explican, como el escritor Gerardo Rivera, el éxodo hacia las tierras altas:
“Hube de dejar mi casa hace pocos días. Hacía una semana no dormía esperando el momento en que al agua se le ocurriría llegar, como ladrón en la noche, a mojar mis libros, sábanas, las cosas útiles, sencillas y amadas, tal como lo hizo en 2007 y 2008. No podía dormir porque el agua no hace bulla sino que llega, lentamente, abraza todos los objetos como si regresara de un largo viaje y tomara todo lo que encuentra como si fueran sus pertenencias. No hay nada más silencioso que el agua que viene por los potreros abriéndose camino sin prisa como si su único objetivo fuera el de llegar al mar por fin para bendecirse en sal.
“Les comento también que donde tengo mi humilde casa no es zona inundable. De hecho no se ha ido al agua aún, pero la zozobra es mucha; es como si un enemigo invisible nos acechara y esperara el instante en el que nos vence el sueño para darnos la primera puñalada. Así no se puede trabajar, no. No hay cuerpo que resista tanta presión. Y no se ha ido al agua mi colonia porque entre la vecindad compramos arena y costales y cerramos el paso por donde siempre se filtra el agua del Mezcalapa, que luego se va apoderando de las casas, sus calles y, por supuesto, de su gente cuando queda atrapada sin recursos móviles para salir”.
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